Me perdí el Festival de Lima. Al único que he podido ver por la televisión es al director chileno Miguel Littín. Me enamoré de él. Es tan sencillo, firme y tan sincero. Aparte de ser cineasta, es director de televisión, guonista y escritor. El Chacal Nahueltoro, una de sus películas que resalta hechos sociales y políticos, impactó a su país por la crudeza del largometraje. Tiene 18 películas, y con la primera: Actas de Marusia, ganó los Premios Ariel de Oro y Ariel, a la mejor dirección en 1976. Además, esta última película fue nominada dos veces en el Festival Internacional de Cine de Cannes. Nunca actuó, pero sí estudió teatro en la Universidad de Chile. Y a sus 68 años sigue siendo un apasionado del cine del mundo.
Él cree que Latinoamérica es uno sólo, que somos hermanos. Que las peleas entre Perú y Chile, deben parar. ¿Para qué continuar intercambiando miradas que te producen dolor? Littín piensa que con una Latinoamérica unida, es posible realizar más cosas y hacer más cambios. Pero, están de acuerdo conmigo de que Chile debe parar de quitarnos lo que nos pertenece... Perdón, primero soy peruana.
Su espíritu rebelde lo conduce a seguir filmando a pesar de encontrarse fuera de Chile, bajo presión y tal vez con un poco de miedo en 1985 regresa a su país para realizar un documental sobre la dictadura que se daba "gracias" a Augusto Pinochet. Con disfraces y mil maneras, pudo engañar al enemigo. Tuvo tiempo justo y necesario. Al termino de la filmación la gente de Pinochet ya sabía que Littín estaba en el país a pesar de las prohibiciones. Nunca lo atraparon.
Gracias a este acontecimiento, Gabriel García Márquez escribió sobre este viaje poniéndole como título La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, este libro fue publicado en 1986. Al siguiente año el Ministerio Chileno del Interior reconoció haber quemado 15.000 copias de la primera edición de la lectura ya mencionada por órdenes de Augusto Pinochet.
¿Y quién en realidad lo detuvo? Nadie. Ni el más poderoso e influyente de los personajes de la historia de Chile pudo con un creativo que lleva en el alma un poder más grande que el dinero: su arte. Su arte para crear, reinventar, y por qué no, para mentir. Y miente muy bien. Si no lo hubiese hecho, nosotros, esta nueva generación, no hubiesemos podido con nuestra historia. Él lo vivió y lo plasmó de una perspetiva más personal y dolorosa, como cuando te vas de casa porque te lo piden, y no porque tú lo quieres así. Él tuvo que soportalo, cierto tiempo, pero como todo tiene un límite, la de Littín se esfumó. Extrañaba su patria, extrañaba su vida. Quiso hacer algo por su país. Así son los cineastas. Algún día espero decir: así somos los cineastas: cínicos, rebeldes y apasionados... muy apasionados. ¿Y qué?
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